Caminábamos de la mano con la luna mirándonos de frente, avergonzada y ocultándose entre algunas nubes.
Nos dirigíamos a aquel pequeño parque cerca de tu casa, aquel que parecía un bosque en miniatura.
La sinopsis de mi despiadado corazón se retorcía, furiosa, como si quisiese salírseme del pecho en un afán de libertad. Lo necesitaba.
Hacía tiempo que había perdido la chispa del amor que había entre nosotros dos, ya no desataba mil emociones al mirarte a la cara, o cuando mezclábamos nuestros labios para conseguir mezclas explosivas.
Eso se me había quedado pequeño, viejo, antigüo. Ya no podía seguir engañándome, mintiéndome y creyendo aquellas tretas que contaban que la verdad es que te quería. Pero lo hecho, hecho está.
Huiré de esta gran falsedad antes de que sea demasiado tarde, antes de que a mi Cenicienta interior, le den las campanadas. Las 12 tenían que llegar tarde o temprano.
Solté tu mano y te paraste a medio camino, quedándote trás de mi.
-Creo que esto no está hecho para mí.
Me miraste, un tanto alarmado.
Inexpresivo, pero con muchas preguntas rondándote la cabeza.
-Es más, tú no estás hecho para mi. Tenía que acabar con eso.
Me levanté, y arrastrando los pies, me fui. Sin ahogarme en llantos, sin hacer ningún movimiento en falso.
No me seguiste, cosa que agradecí tiempo después.
Te limitaste a mirarme mientras me iba, con la mirada fija en mi espalda, y la cara desencajada.
Me paré en seco.
Tu garganta pedía a gritos un ¿por qué?, sediente y exhausta por una respuesta.
"Adiós", volví a susurrar, mientras me metía las manos en el bolsillo de la chaqueta.
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