12 octubre, 2012

Madrugadas entre el rocío y sus palabras.


Observé tu mirada una vez más.
Otra vez, allí estábamos: tú, y yo.
En el sitio de siempre.
Tumbadas sobre aquella hierba de madrugada, sobre aquel rocío que te calaba la ropa.
Respirabas el aire fresco mientras mirábamos al cielo, ensimismadas.
Nuestras pupilas se perdían como si quisieran ver la infinidad del universo, cada una de las estrellas que caían en forma de suspiros.
-¡Mira! Una estrella fugaz: ¡vamos a pedir un deseo!-exclamaste, rompiendo el frío hielo que cubría el silencio nocturno.
+Por dios, Charlotte, ¡eso no era más que otra estrella!-dije, con una sonrisa cortando mis palabras.
-Joder, yo pensaba...
No dejabas de mover la pierna, nerviosa. ¿De verdad querías una estrella fugaz?
Pues la única estrella de todas eras tú.
Tú, y tu capacidad de aparecer y desaparecer, hacer a los demás felices, y conceder deseos. ¿No era así? Parecías sacada de un cuento.
En un abrir y cerrar de ojos, ya habías cogido el mechero.
En otro, ya estabas inhalando la nicotina que tantos momentos te había robado.
Y de nuevo dejé de observar al cielo para observarte a ti, mientras el humo de tu boca se disipaba entre la atmósfera de esa noche.
Me encantaba verte reír.
Y no te odio, pero simplemente tengo lástima de que te hayas convertido en todo lo que me juraste aquella noche, que nunca serías.

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Nubes~