Hoy voy a coger un puñal y a abrazarte por la espalda.
Hoy voy a ir a buscar a H, y darle un buen beso en los labios.
Entonces no diré nada, porque sé que H no se extraña que haga esas cosas cuando
el alcohol está metido de por medio.
Porque sé que no puede negarse a cualquier cosa que tenga
que ver con tropiezos con mi boca y ron barato. Entonces me daré la vuelta
decidida y me iré, y sentiré cómo me recorre el cuerpo con su mirada. Y
escucharé sus pasos detrás de mí, preguntándome por qué lo he hecho aun sabiendo
la respuesta.
Y entonces yo seguiré mi camino y haré como que las palabras
se me cuelan por un oído y se me salen por el otro, aunque en realidad estoy
secretamente planeando una buena respuesta por si se atreve a cogerme del brazo
y exigirme más. Algo más.
H siempre espera algo más.
Como cuando bajó su mano por mi cintura, abajo, abajo, hasta
llevar a la curvatura de mis caderas.
Como cuando me volví a marchar riendo, y
él supo al instante que le acababa de rechazar. Pero en ese momento le dio
igual, porque sabía que iba a volver a proponérmelo de nuevo, y que algún día
le aceptaría.
Quizás cuando lo nuestro fuera algo más que amistad. O eso
es lo que creemos.
H siempre me sigue como un cisne a su madre, como un cachorro
a su dueño. Nunca me ha gustado definirlo de esa manera, pero es la única forma
que se me ocurre cuando me fallan las metáforas y se convierten en simples
símiles.
H siempre acaba buscándome. Y me encuentra. Y suelo girar la
cabeza y ver que está allí, un par de cabezas más alto que yo, mirándome.
Atento a lo que digo, para entonces poder soltar él unas cuantas palabras y
seguir hablando. Y hablando. Y hablando.
Porque le encanta hablar y a mí escucharle, aunque él piense
que no le estoy echando cuenta.
Me gusta que piense que no me importa lo que dice, porque
así de una manera u otra mantengo su guardia alta y firme.
Y es que me distraigo a menudo.
Se repiten los: “M, ¿me estás escuchando?”
Yo asiento y sonrío, y digo algo relacionado con lo que me
estaba contando. Allí sigue relatándome alguna historia que comprende chicas y
música, en un falso intento de ponerme celosa. Pero no entiende que yo sé jugar
mejor que nadie.
A veces pienso que él sabe que no me voy a enfadar. Otras
veces de eso es de lo único que me habla, y muestro un poco de hastío para
contemplar su reacción.
Normalmente, suele pedir perdón repetidamente, o asegurarme
que él no ha hecho nada. O contarme una y otra vez que estaba demasiado
borracho pero que se aseguró de controlarse lo suficiente.
Entonces volvemos al partido. M 1 – 0 H.
La diversión se esparce entre carcajadas, sonrisas y
conversaciones. Charlas que siempre acaban siendo interrumpidas por chicas que
acuden a que H les dé su momento de felicidad del día. O eso parece.
Transcurren los minutos y vuelven a dejarnos solos.
Somos él y yo, rodeados de gente pero a la vez en nuestra
propia isla desierta. Suficientemente lejos de la gente para mantener la
privacidad, pero suficientemente cerca como para no levantar sospechas.
Estoy riéndome. Le exijo un beso a H con tono burlón. El
sarcasmo forma parte de mí.
Él se niega.
Abre los ojos como platos, sabe que en toda broma hay parte
de verdad.
Es bastante obstinado para esas cosas. M 1 – 1 H.
Me cuesta, pero eventualmente, me acaba dando lo que le he
pedido.
Sospecho que tarde o temprano comenzaremos a hacer lo que yo
quiera como en una obra de teatro.
Que empezaré a relatarle a Shakespeare y a colarle frases de
Romeo y Julieta, de Lisandro y Hermia, de Antonio y Cleopatra, de Desdémona y
Otelo… sin que se dé cuenta.
En este juego estamos empatados, pero que yo ya quiero
ganar.
Porque…
Con el tiempo odiamos lo que tenemos a menudo.
Antonio y
Cleopatra. Acto I. William Shakespeare.
PS: Hace tiempo que (M)aybe cambió. Dos años. Hacen ya dos años de M, en el que C y H han cobrado más que protagonismo.Maybe se conviertió en febrero, y comenzó a romper corazones y comportarse más bien como describía su signo del zodíaco. Imprevisible, frívola, astuta. Invernal.
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